Carlos Almada, el Mini Tevez, el otro Carlitos
Se llama Carlos Almada. Estuvo un año en River pero se afirmó en las inferiores de Boca. La primera vez que pisó el césped de una Bombonera llena, se desmayó.
No se crió en Fuerte Apache, pero comparte orígenes. Vive en el partido lindante, San Martín. Se alimenta a pura milanesa. 76 kilos, 1,78 de altura, botines 42, 18 años. Lo apodan el Mono. Nació en plena prosperidad xeneize, durante la era Bianchi, el 17 de enero de 1999. River interceptó su historia: fue su primera casa durante un año, aunque él prefiere no pensar en lo que hubiera sido, sino en lo que está siendo. En Boca se afianzó como centrodelantero, salió campeón con séptima, octava y novena y hasta entrenó con la Primera. A los 11 años ya le había convertido el primer gol a su ex club, besó la camiseta y Carlos Alberto, su padre, hincha millonario, decidió que sería la última vez que iría a verlo.
Alguna vez su nombre sonó por los parlantes del Monumental. “Quiso seguir a un jugador, se mezcló y se perdió. Por suerte lo encontró la Policía. No lo llevé más”, cuenta el padre (52), metalúrgico desocupado cuyos sueños relegados de volante hoy están proyectados en el Mono. Encontrar al “otro Carlitos” no es tarea difícil. Entrena en el predio de Ezeiza o anda silencioso por el complejo habitacional de Boca que lleva el nombre de Gustavo Eberto. Eberto, arquero, murió en 2007 por un cáncer. Era correntino y tenía 24 años. Debutó en Primera en 2003, una tarde negra en que le hicieron 7 goles. Medía 1,85, tenía condiciones, pero su talento encontró sombra en titulares afianzados como Oscar Córdoba y Roberto Abbondanzieri. Su nombre les recuerda a los pibes que no siempre llega el que quiere o el que tiene condiciones. La vida decide.
Tiene un hijito y seis hermanos. Su mamá, que lo llevó a Boca, está presa.
En el viaje de casi dos horas diarias a La Boca (un tren y dos colectivos), los auriculares de Carlos explotan al ritmo de Ulises Bueno, hermano del Potro Rodrigo. Usa zapatillas rojas y respuestas cortas. “Tevez no me pasó ni cerca”, se ríe, inhibido. “Estoy convencido de que voy a llegar por mis hermanos. Sueño con sacarlos de donde viven.” Tiene un hijo de dos años (Bastian). Es amigo de Cacho Riquelme, el papá de Juan Román, y cursa tercer año del secundario. Lo elogian por la velocidad y la capacidad de pivoteo. “Si le querés clavar un cuchillo, el pibe es tan fuerte que el cuchillo se dobla”, dicen en Casa Amarilla.
Vive en el Barrio Loyola con seis hermanos y con su papá. De Lorena, su madre, prefiere no hablar para no quebrarse. Hace unos meses allanaron la casa y ella hoy está detenida. En el club se encargan de la contención que Carlitos necesita. Intentan resguardarlo temprano de las cámaras. “Todo empezó en el patio de casa. Me pateaba la puerta de la reja y nos volvía locos. Un muchacho propuso: ‘¿Por qué no me lo dan para ir fogueándolo?’ –narra el padre–. Pasó por Elgaino, Loyola, La Carpita, Club Parque. Le decían Toche, porque no le salía la palabra coche. Lo llevamos a una práctica de River. Quedó pero no podíamos bancar los viajes. Hasta que la madre, que es de Boca, lo llevó a probar a Boca. Ya está en quinta. Lo veo jugar y veo algo de Tevez en la actitud, pero le digo que no se enoje si las cosas no le salen.” No sólo el Apache llegó a Oriente. A los 14, Carlitos Almada viajó a Japón para un torneo juvenil. Fue campeón y enamoró a los asiáticos. Ahora el que achina los ojos imaginándose en perspectiva es él. “Me dijeron que salís por el túnel y tiembla todo. Ya me desmayé una vez. Espero no desmayarme el día del debut en Primera.”
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